PLANIFICACIÓN DE LA EVALUACIÓN


     “El hombre es, sin duda, un animal de costumbres”, dijo el escritor Charles Dickens. Y muchos otros escritores y filósofos has suscrito sus palabras.

     Cuando el ser humano se enfrenta a algo nuevo, bien sea una situación, una actividad, un reto….su cerebro hace un esfuerzo extra para encontrar soluciones a posibles dudas que surjan en el camino. Sin embargo, al repetir una y otra vez una misma rutina, llegamos a realizarla sin pensar, de forma automática.

      Toda costumbre o rutina crea en nosotros una zona de confort, un ambiente “easy going”, que no requiere de ningún esfuerzo para pensar,  para sentir, para crear…

     Cuántas veces nos quejamos o escuchamos cómo nuestros compañeros se quejan de los malos resultados obtenidos. ¿Y cambiamos?¿Nos paramos a analizar la razón de ese fracaso?¿Será que cada vez los alumnos estudian menos? ¿Serán las nuevas tecnologías que los distraen con demasiada frecuencia? ¿O tal vez el problema está en nosotros?¿Sabemos adaptarnos al contexto que nos está tocando vivir? En algunos casos se sigue haciendo lo que los profesores de hace veinte y más años hacían con nosotros, y nuestros alumnos ya nada tienen que ver con aquellos alumnos de hace décadas. Todo evoluciona, los tiempos cambian y la Educación es también un ente cambiante.

     En cierta ocasión Albert Einstein dijo: “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre los mismo.” Y aquí fallamos bastante. Por costumbre, por inercia, por desconocimiento, por falta de formación, continuamos siendo presas de los libros, de las programaciones, de los exámenes que tanto odiamos todos. Seguimos dando temas a toda velocidad porque en la programación dice que ya se debería haber terminado y cuando ya todo está dado a gran velocidad, entonces evaluamos. Al final. Cómo no van a fracasar los alumnos si lo único que nos preocupa es terminar el tema. Si no nos paramos a reflexionar si lo hemos hecho lo suficientemente bien como para que la gran mayoría lo haya entendido. Si un mínimo porcentaje de la clase entiende, ya nos damos por satisfechos.

     Las aulas son como pequeños hábitats donde habitan distintas especies.

  Cada una va a su ritmo, por sus características físicas, intelectuales, por el lugar que ocupan en el aula, por sus capacidades, sus inteligencias, sus emociones. Todos deben tener los mismos derechos y los mismos deberes, pero, debemos ser conscientes de que nuestros alumnos no son réplicas, son distintos. Ni mejores ni peores, distintos. Y esto es lo que nos cuesta asimilar, y lo que nos cuesta gestionar dentro del aula: las distintas especies y los distintos ritmos. Es muy complicado y más en una clase donde haya algún que otro gamberrillo.

     Es tiempo de que nos preocupemos no sólo por el resultado, sino por el proceso de enseñanza y de aprendizaje. Hemos de preguntarnos cómo reaccionan a nuestras presentaciones, si terminan a tiempo las actividades o tareas, el grado de motivación y de participación a lo largo de todo el proceso. Hemos de molestarlos en ver cómo están al principio, en la evaluación inicial, qué preconceptos y qué aprendizajes tienen ya adquiridos y no “encasillarlos” desde el principio. Es importante recoger evidencias de cómo se va desarrollando el aprendizaje, en la evaluación en proceso, recoger información  que nos permita ir reajustando el proceso de enseñanza. Esto es clave para lograr un mejor aprendizaje y más ajustado a las necesidades de nuestros alumnos. En la evaluación final, hemos de tener datos suficientes como para poder hacer un análisis completo de los aprendizajes desde su inicio.


     Pero en esta ardua labor, no estamos solos. La visión tradicionalista de la educación limita la evaluación a aquella realizada por el docente. Sin embargo, aunque esta es muy importante, no debe ser la única. Si la evaluación es parte de un proceso de desarrollo de competencias, la autoevaluación y la coevaluación son fundamentales para que el alumno tome conciencia de su punto de partida, del resultado de sus esfuerzos y de su evolución a lo largo del tiempo.


     Echemos mano de la evaluación participativa, dejemos que los alumnos sean responsables del proceso de evaluación. “Ceder responsabilidades en la evaluación nos ayudará a contribuir a una educación más democrática.”
     Contamos con distintos agentes que nos pueden ayudar y muy raramente lo hacemos. Los propios alumnos con una autoavaliación, previamente preparada y explicada, nos pueden ayudar interiorizando los criterios y desarrollando  la competencia de Aprender a aprender. Los alumnos pueden evaluarse entre sí, ayuda a autorregularse a través del aprendizaje con otros y de otros y socialmente genera beneficios como una mejora de la comunicación asertiva y una mejora de la empatía. La heteroevaluación también nos puede proporcionar retroalimentación de los métodos y actividades pedagógicas en el aula, partiendo de una mirada más objetiva. Es rica por los datos y posibilidades que ofrece. La evaluación es un proceso que compromete a todos los agentes del sistema educativo.

      El docente tiene numerosas herramientas y metodologías para llevar a cabo una buena evaluación: la observación, la interrogación, la resolución de problemas, rúbricas, portfolios, diarios de aprendizaje, seguimiento de procesos,  mesas redondas, debates, evaluaciones escritas, trabajos individuales trabajos en cooperativo, dianas, semáforos, . Hay tantas que resulta casi imposible utilizarlas todas, pero debemos dedicar tiempo a planificar la evaluación, a probar herramientas, familiarizarnos con las que les saquemos mayor provecho y hacerlas nuestras.

     Es justo que demos al alumno una evaluación lo más ajustada posible a su realidad, desde distintas perspectivas, analizando sus capacidades, sus habilidades, sus inteligencias y el esfuerzo realizado durante todo el proceso de aprendizaje.

Comentarios